Me gustan las croquetas. Y la tortilla de patata poco hecha. Me gusta Anatomía de Grey. Y disfrazarme; y dibujar. Me gustan mis amigos; y reírme a carcajadas en una buena conversación.
Adoro a mis hijas. A la mayor con su sabiduría de adolescente ilusionada, y a la pequeña, que tiene la sonrisa más contagiosa del mundo.
Y todavía me gusta mi trabajo.
Me encanta ver los ojos de los niños cuando les planteas tareas que les hacen sentir importantes y protagonistas y presumen con orgullo de lo que han hecho ese día en el cole. Y me hace muy feliz cuando llegan las cinco de la tarde y alguno dice con cara de extrañeza: ¿Pero ya nos vamos a casa?
Creo que nuestra profesión es una profesión de riesgo. No porque trabajemos en altura ni debajo de la tierra, o porque tengamos que desactivar explosivos o conducir un camión lleno de alguna sustancia inflamable.
Tenemos en nuestras manos un material extremadamente sensible y vulnerable, lleno de superpoderes y de energía, y es nuestra labor, nuestra obligación y nuestra responsabilidad, tratarlo con la mayor ternura, atención y delicadeza que podamos.
Por eso me gusta aprender cosas que me ayuden a hacer el día en la escuela mucho más emocionante. Para ellos y para mí, no lo voy a negar. Estoy convencida de que en la motivación está el éxito y todo lo que sea aprender y compartir con otras personas ideas nuevas, recetas para que sonrían más, proyectos y trabajos... hace que recargue mis pilas de profe que ya lleva muchos años en esto y que en algunos momentos ya no están como las del conejito aquel de la tele.
Me apasiona la música. Es una tirita para el alma. Un concierto en directo de Ivan Ferreiro sustituye a todos los tarros de Nutella de un año. Y eso, ya es mucho decir. Nunca quiero dejar de saltar cuando me emociono durante un bolo.
Por si hay dudas, soy la del vestido blanco. La que se ha infiltrado en la portada del Poeta Halley de Love of Lesbian.
Es un homenaje diminuto, a la música y a los colores.
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